Wednesday, July 03, 2013

Bruce is in my hometown


 He aquí un retrato descarnado y objetivo a más no poder del espectáculo que la semana pasada ofreció nuestro bienhallado Bruce en las plásticas praderas de nuestro querido Molinón.
El último directo al que asistí fue en Compostela, allá por el año 2009, un show único gracias al cual puedo compartir las canciones de mi músico preferido con mi mujer, que salió completamente hechizada de aquella mágica noche en la ribera del monte do Gozo.

No se trata de comparar, porque no hay dos conciertos iguales, pero no es lo mismo comenzar un show con sones propios de la tierra que te acoge, como fue el caso de una inolvidable Rianxeira -Nils Lofgren como si hubiese nacido en Arteixo y pertrechado con un acordeón a pecho descubierto- que hacerlo así, directamente Encarna, aunque lo raro es lo primero, cierto es.

Lo extraño es haberme perdido la primera hora de concierto, por culpa de un pésimo sonido, algo desconcertante y más cuando después del show pocos fueron los que apuntaron este detalle, que considero bastante importante. No creo que tenga mejor acústica el Monte do Gozo que el viejo Molinón, aunque sólo sea por las pitadas que le dedicamos al equipo últimamente.
Creo que tuvo que haber algún desajuste que lograron subsanar tiempo después, porque, por ejemplo, Better Days no logré escucharla como me hubiese gustado, esto es, under the skin, dado que la tengo incluso como uno de mis temas de llamada en el teléfono (oh, sí, me gusta Lucky Town...).

En cuanto al setlist, pues bueno, el concierto perfecto no existe; uno quisiera haber metido en el morral una buena This hard land, aparte de que desconozco cómo le puede gustar tanto Sackled and drawn como para tocarla en todos los conciertos, dejándonos sin Land of Hope. De todos modos, en Asturias tenemos una buena palabra para definir lo que he escrito hasta ahora: refalfio.
De hecho, creo que si nos ofreció una última hora como la que vivimos quienes estuvimos allí, fue porque de algún modo él percibió que la cosa no iba como debería, que no había generado la magia que siempre genera, esa que nos deja marcados de forma indeleble.
Capítulo aparte merece el hecho de que el concierto se haya celebrado en esta mi ciudad, un poco abandonada culturalmente por sus habitantes. Y es que Hihón es así, como dijo Bruce, hay que aspirarla si quieres quedarte con algo de ella. No olvidemos que dejaron a Paul Mcartney cantando solo en El Molinón, al final tuvieron que regalar entradas con un par de litros de leche para que hubiera algo de ambiente.
A nosotros, por ejemplo, nos tocó bailar con la mitad de los borrachos del estadio, cosa inaudita en ningún concierto de los que haya estado jamás. Como un conejo cuando le dan las largas quedé al ver pasar entre empellones por entre la multitud bidones de cerveza con patas sifoneando cañas -a 9 euros el vaso de plástico oiga- que digo yo que incitar así al beodo de turno pues qué quieren que les diga...





De todos modos, sí es verdad que la excepción eran ellos y que el resto del estadio disfrutamos a más no poder de un evento único, memorable, y de un esfuerzo sobrehumano que debemos agradecer, y recordar, porque no durará toda la vida.

 El mismo día del concierto terminé Bruce, de Peter Carlin. Una biografía fantástica, muy trabajada a mi parecer sobre uno de los iconos de nuestro tiempo. Sólo leí la suya, así que tampoco tengo muchos elementos de juicio.
Memorable el capítulo de Tom Joad - si hubiese tocado Across the border...-, y el del 11s, con aquel tipo bajando la ventanilla -Hey man, we need you!, ante las ruinas de Nueva York.
Y el final, con su hermana esperando el descenso de la pelota de béisbol...
Dicen en la mansión en la colina que la de Ignacio Juliá es un clásico del género, tengo que leerla.

Los tiempos de zozobra son terreno abonado para falsos ídolos, y en el mundo de hoy se ven a patadas, con pies de barro. Tipos así, cercanos al común de los mortales, transmitiendo un mensaje de esperanza, de lucha, de consuelo, no abundan. Y son los más necesarios.

 Como bien sentenció Hector G. Barnés en su crítica para  Point Blank : en su voz, nuestras miserias siempre suenan mejor.

Qué tío más grande, Bruce...






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