Sunday, August 13, 2006

DESENFOCADO



Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos




Después de cuatro días de desenfreno etílico, apuro este verano, en el que se respira un aire como de tristeza otoñal, de dulce desencanto, una atmósfera que flota ante nosotros casi sin darnos cuenta pero que a veces parecemos tocar con la punta de los dedos, en uno de esos momentos en los que a uno de nosotros - who cares, maldita sea, who cares- le toca escuchar de labios del otro cualquier derrota, que es como si fuera tuya, y escuchas su lamento con la mirada perdida y te sorprendes recordando cualquier momento dorado que acude a tu memoria porque sí, y mientras escuchas distraídamente llegas a pensar en extender la mano por ver si pudieras tocar algo, una pantalla de cine, quizá, Trumaaaaan, traigo unas cervezas...

No falta la ilusión, claro que no, cuando empiezas la semana con ese brillo en los ojos y la lengua afilada, después de guiñarte el ojo en el espejo de tu habitación y maldita sea acabas despidiéndote de tí al cuarto día tratando de retener tu rostro porque sabes que los años van pasando y que no volverán los felices días del verano, cuando te detienes un instante y observas cómo después de diez años el tiempo empieza a hacer mella y tú ya estás en condiciones de entenderlo porque ya no volverás a tener 18 años. Y es entonces cuando ves a tu familia en la cena estival anual y descubres nuevas arrugas en tus hermanas y nuevas canas en tus padres y cómo van aflorando palabras en los niños y también descubres en ellos gestos, miradas que te retrotraen al paraíso perdido de tu infancia y es ahí cuando la vida prueba a ser maravillosa porque puedes adivinar sus pensamientos cuando descubren algo novedoso para ellos, y te recuerdas, con ese aroma de nenuco y bien peinado y tu tirachinas en el bolso.
Echo de menos a Guillermo Brown...

Así que, después de no encontrar vida inteligente durante tres días, la mejor decisión fue sentarnos en la acera con nuestro inseparable ron y ver la felicidad en los demás. Es extraño ver desfilar a la gente, realmente la felicidad existe en las manos entrelazadas, los abrazos y los besos, las conversaciones vacías, las caras aburridas y el eco lejano de estentóreas risas y aún sigues esperando tú, sumido en la melancolía, que aparezca alguien al otro lado del espejo lo suficientemente mordaz como para enamorarte de ella...

Voy a por un par más, le digo a Paul, y entro en el Palacio donde abundan las camisetas-gimnasio y la banalidad, la palabra hortera se ha quedado pequeña, y sé que no voy a encontrar refugiada en un rincón del bar una chica Amelie con sandalias de Alicia, o de Dorothy, por ejemplo, que pueda contestar a cualquier pregunta que pudiera surgir con otra pregunta o con un brillo especial en los ojos. Pero ya me conformo con encontrar a alguien que no ladre la última canción del verano o que no masque chicle como una secretaria de Wisconsin.

La verdad es que lo mejor de la noche es volverte a sentar en la acera a observar a la gente y que de vez en cuando te pregunten ¿qué hacéis aquí sentados?, que es como decir cómo podéis ser tan aburridos, aunque quizá es que seamos aburridos, amigo.
Así es que volvemos a hacer vida social, hasta que me encuentro a mi hermana que me dice que el otro día fue a saludarla una antigua novia que uno tuvo, que le presentó su último novio y que todo le va muy bien - ¿Qué-tal-Albert?, y es entonces cuando recuerdo haber ido a visitarla a una remota ciudad germánica y me veo otra vez sentado en el vagón de tren y ella en el andén, cuando justo antes de partir - y había conseguido hasta entonces reprimir el llanto- me dice ¡espera! y salta al tren no para decirme te quiero sino para pedirme un cigarrillo. Naturalmente, abandoné la estación con mis lágrimas mezclándose con la lluvia en la ventanilla.
El caso es que nunca la eché de menos, pero anoche no era el momento propicio para los recuerdos, en pleno proceso de demolición. Siempre te querré...

Así que seguimos bebiendo, sin mucho ánimo, la verdad, incluso hicimos un último esfuerzo para poder escuchar unos temas en el Soho, pero también tuve que encontrar otros restos del naufragio, - mira Albert, ahí está Annie, dijiste, Paul, así que la siguiente fue regresar a casa, pensando que estaríamos mejor hoy, con nuestros libros, nuestra música, con mejor salud y más dinero.
Quizá nos arrastramos borrachos intentando encontrar ese camino de baldosas amarillas, en el que cada vez creo menos: la ciudad esmeralda se pierde entre la bruma.

Me alegro de vuestra felicidad, os la merecéis...



Toto, I´ve got a feeling we´re not in Kansas anymore...

Música: Just you, just me... BSO Everyone says I love you, Woody Allen

2 comments:

tipodeincógnito said...

Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue...("Rayuela", cap 73 o 1)

PS: ¿quién necesita más cura el que se sabe enfermo o el que se cree sano?

tomatita said...

Menos mal que siempre nos quedarán las aceras, y los chapines colorados a los que chasquear para regresar a los rincones que más queremos.
Un beso, Alberto.
Eva