Wednesday, June 12, 2013

Por tierras de Paniceiros

Portada de Chema Madoz



Qué mejor que dedicar estos días brumosos, primeros de un verano que no acaba de cuajar, a la lectura.

Y si lo que se lee es Paniceiros, de Xuan Bello, entonces es como si la niebla pertinaz que define este estío, fuera la compañera perfecta para perderse en ese valle tinetense que otros hemos hecho nuestro en Ques, o en ese valle oscuru de La Borbolla, o en tantos otros de esta Asturias que algunos dicen tan probina, pero que otros amamos tanto ahora que se caen los valores de los bolsillos del mundo.

Es ponerse el jersey de Paniceiros y de inmediato fluye una nostalgia como de bolas de naftalina, como de murmullo rumoroso si se permite, y han de doblarse los puños, por ser literatura que a uno le viene grande.
El tacto es amable, y se siente un calorcillo muy prestoso, como el que deja lo bien leído, un reconfortante fluir de un arroyo de letras bien trenzadas donde se suceden xanas, trasgos, musgo y demás recuerdos de una misma educación sentimental.

 Paniceiros se leyó en la edición de Areté, que junta Historia Universal de Paniceiros con Los cuarteles de la memoria, y es lectura pendiente de ha mucho tiempo, que hay libros que conmigo bailan una extraña danza, como si de evitarnos se tratara a lo largo del tiempo, hasta que, por fin, caen leídos - caemos - evitando ingresar, como quien canta, en la lista de promesas a olvidar.

Son de agradecer los viajes que por el mundo hace: Lisboa, Coimbra, Roma, Nueva York, la Bretaña, y un París para mí escaso, como de parada y fonda; aunque se admite, por devolverme aquellos versos perdidos de Vallejo:

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.

 En todas esas travesías subyace, desde casa, una reconciliación con el mundo que el lector comparte con alegría - soy de Paniceiros, soy del mundo...

Sorprendido ya desde el inicio, al ver sucederse, como en Santa Compaña, un rosario de felices coincidencias: Taliesin, Merlín, Graves, la diosa blanca, los Cuatro Cuartetos, otra vez Graves, de pronto el lector repara en algo curioso, y es la total ausencia de Música a lo largo de sus páginas, si se obvia un fugaz Telemann y un postrero Wagner traído no tanto por su música como por su eco.
Es desconcertante, puesto que, fados y sones aparte, en lo más hondo de sus 517 páginas subyace, como limo primigenio, una pulsión telúrica que reclama, inequívocamente, la intensidad emocional de una, pongamos por caso, melodía mahleriana, por ser lo que uno ha escuchado estos días.
Bien es cierto que ese latido musical se adivina de continuo, como oculto en la maleza de una fronda que uno se afana en desbrozar, reconciliándose con tierra y ancestros, mientras cae la bruma. 

Un placer, Xuan, tu compañía  



P:D.- Dejo unos versos perdidos,
para cantarlos a la manera de Nacho Vegas, otro ilustre compatriota.

Desolación (Un viejo poema adolescente)




  Y entonces fue que decidí retratar mi sombra entre las rocas,
sometido como estaba al cruel desatino de invocar su pretérito,
como si el embate de las olas pudiera mitigar,
   ya lo quisiera,
          tanta miseria.

Es tal el vacío insostenible,
    que ni siquiera sus aristas perforan mis recuerdos,
                        por más que busque entre sus manos los confines del mundo.

Y podrá sonar la música,
que mi reflejo será incapaz de entrecerrar los ojos
                   como yo quisiera;
acaso no intuye mi deseo de volver a abrirlos en ella,
de ahondar un poco más en esa herida
 que es como una ciénaga de silencio en la que todo es
                                profundo.

    En este mutuo parecernos las manos no duelen,
 y en su interior las paredes también tiemblan, pero desde dentro;
los pasos no resuenan y los aullidos se apagan antes de nacer,
   como aquellas ilusiones.

       Estar aquí,
 es como si las lágrimas no pudieran salir,
como si la luz dejara de existir,
como si todo fuera,
después de todo,
          como habíamos imaginado.


Nótese el flequillo Tintín, y el vaivén de los versos como olas.




Hitchcock y yo

Ah, ese piano, Alfred, qué poco verídico...

 No sé por qué extraña razón he procurado, deliberadamente, mantenerme lejos del influjo de Alfred.
Por no ver, ni siquiera había visto Psicosis en ningún momento de mis 35 años.
Con la cantidad de infumables películas que me echado al coleto resulta incomprensible: añade si cabe un punto más de incertidumbre al affaire.
Pero todo llega, y sin ninguna razón aparente me he dedicado un ciclo esta semana que me ha enseñado lo malas y largas que son las películas hoy en día y lo reconfortante que es encontrar talento dondequiera que sea.
Creo que el detonante final fue el día en el que Vértigo desbancó a Ciudadano Kane como mejor película de todos los tiempos, en una de esas hilarantes votaciones de las que algunos críticos son fieles devotos. De todos modos, no dejan de ser orientativas, aunque en la de Filmaffinity no aparezca ninguna de Hitchcock entre las 20 primeras, lo cual es ciertamente desconcertante...

Vistas Vértigo, Psicosis, La Soga, North by Northwest y Crimen Perfecto, he de decir que una inédita e inquietante sensación de desasosiego me invadió al conocer a Norman Bates, y que si James Stewart se me acercara con un metrónomo, le cantaría hasta la última de mis filias y de mis fobias.

Siempre, claro está, que llegara a interesarle lo suficiente...

P.D: John Dall, ¡dónde estuviste todos estos años...!